jueves, 30 de junio de 2011

Por Ruta 4


Fue triste su salida y misteriosa su desaparición.
Rosaura pasaba por uno de esos momentos en los cuales la vida nos pone entre la espada y la pared. Su ex marido, golpeador empedernido, borracho y repugnante, la obligó a perder a su bebé en una paliza sin control. Luego del aborto la mujer consiguió a fuerza de pulmón el divorcio y para comenzar de cero decidió marcharse lejos.
Desde allí la vida de la joven fue absorbida de la nada por un agujero negro.
Sentada en el último lugar del micro” costera”, saliendo de la cuidad de La Plata rumbo a Morón, el frío empañaba la ventana y la lluvia nublaba el campo verde y vacío de la Ruta. Junto a ella, un hombre de avanzada edad dormía en silencio.
Un denso sueño parecía apoderarse de Rosaura y al observar la hora advirtió que tenía unos minutos para relajar su mente y su cuerpo.
Las grises nubes de tormenta se despejaron y dejaron entrever las luces del sol otoñal. Las horas habían caído sobre las agujas de su reloj pulsera y cansada de las mismas caras y del pesado viaje, la mujer volteó su vista hacia la ventana y observó lo que sería el escenario del sórdido acto final.
Unos ojos macabros la vieron y ella los vio. La vaporosa figura se posó en el vidrio y con un grito desgarrador Rosaura alteró a los pasajeros. El anciano que estaba a su lado se despertó súbitamente y trató de calmarla pero fue inútil.
El conductor se vio obligado a detenerse cerca de la carretera, casi entrando a Morón, para asistir a la muchacha, pero en ese instante el autobús apagó sus luces repentinamente. El malestar de la gente era casi palpable. Una luz espectral comenzó a merodear alrededor del micro y golpeándolo con fuerza lo tumbó. En una carrera casi suicida, la salida del transporte se atascó por el desmedido pánico de los pasajeros. Algunos yacían inconscientes o tal vez muertos en las butacas. Muy pronto un calor abrazador comenzó a sentirse. El motor estaba a punto de explotar.
Desesperadamente Rosaura Logró recobrar el conocimiento, rompió la ventana de su respectivo asiento y escapó. Tendida en la tierra húmeda, vio como una luz benévola se acercaba y como acto del demonio el micro, de la línea 338 de la “costera”, estalló calcinando a todos los atrapados.
Horrorizada, la mujer se arrastró y trató de buscar ayuda, pero sus gritos eran muy débiles. Un espectro moribundo se arrimó a ella y observó detenidamente el sudor que corría por su rostro, el miedo en sus ojos, sus labios temblorosos y su ropa sucia por el fango.
Unos habitantes cercanos al lugar, alarmados por las llamas y la explosión, denunciaron el siniestro.
Algunos automóviles comenzaron a circular por allí y al advertirlos, Rosaura corrió a frenar alguno para que la socorriera, pero el fantasma se interpuso desorientándola y al desaparecer, la joven giró sobre si misma y un auto la embistió dejando intacto su rostro pavoroso sobre el parabrisas.

miércoles, 22 de junio de 2011

La fiebre


El reloj marcaba las 10:40 de la mañana. las agujas parecían retumbar en sus oídos, su espalda yacía como una enorme roca en el absurdo colchón que nada reconfortaba. Por momentos sentía que sus miembros se sacudían bruscamente al ritmo de su agitado corazón, pero estaban quietos en el angustioso silencio.
La condena de la espera empeoró. Escuchaba y veía, alucinaba fuertes miedos y la fiebre alojada en su nuca no la dejaba mover la cabeza con libertad ¡Que agonía sufría! La sangre le hervía y sentía ampollas de calor en todo su cuerpo.
Las voces la obligaron a murmurar y temblar en un frenesí casi maniático propio del delirio.
El reloj marcaba las 10:45. El castigo era eterno, salía como una llama vaporosa de su boca directo desde su vientre y sin embargo no podía articular una sola palabra. El espantoso dolor la hacía llorar, sus ojos se perdían entre las lágrimas y nada veía ¡Que agonía que sufría!
El reloj marcó una nueva hora y el veneno aún la estremecía. Un rato más tarde, sus párpados comenzaron a caer como pesadas bolsas y las agujas ya no parecían molestarle. Se había dormido quebrantándo su voluntad y quizás la fiebre había aminorado.

El cerezo de Antonieta


Lejos de la cuidad, en la casa quinta de sus abuelos, Antonieta plantó un cerezo. Fascinada por su bella y delicada flor, la entusiasmada joven decidió dedicar un poco de tiempo al abandonado jardín.
Primero apareció con tierra, luego con guantes y herramientas de jardinería, una gran capelina para protegerse del sol y por último el pequeño árbolito que apenas contaba con unas pocas hojitas. Luego del arduo trabajo de plantarlo y colocar una barrilla para que crezca erguido lo regó con cuidado.
Todos los dias durante casi toda la primavera, Antonieta cuidaba del cerecito que parecía nunca crecer.Triste la muchacha lo invadió con fertilizantes, abonos y correctores de carencias, pero nada funcionaba.
Un día gastó tanto dinero, sin ver ningún resultado, que se frustró y decidió quitarlo. Tomó una pala y trato de desenterrarlo, pero la raíz había crecido desmesurabemente. Agobiada de rabia, le arrebató sus pocas hojitas verdes y con el filo de la pala lo cortó por la mitad.
El cielo se tornó gris y se colmó de nubes, la lluvia no se hizo esperar. Aún así la joven ebria de frustración, se arrodilló y comenzó a tironear, hacia su pecho, del delgado tronquito que seguía plantado. Su fuerza descomunal llegó a tal punto que con el barro sus piernas resbalaron bruscamente y como una estaca punzante, el fino tronco se enterró en su pecho.
Dos días después su abuela la encontró muerta y atascada allí.